Es cierto que, normalmente, la mayoría de las personas que saben leer braille sufren ceguera o discapacidad visual de nacimiento. Pero también lo es que, si se populariza el uso y la aplicación de braille para una inclusión real, en un futuro será materia educativa fundamental. Al igual que debería serlo también el lenguaje de signos para personas sordas o con dificultades auditivas, o la educación para un comportamiento cívico que tenga en cuenta a personas con movilidad reducida, por ejemplo.